domingo, 20 de noviembre de 2011

La Playa

Aparcó el coche cerca del puente que cruzaba el caño. Era un día lluvioso y la vista de el cielo daba la sensación de que una gran tempestad iba a llegar de un momento a otro.
Nada más salir del coche, una música que se mezclaba con el sonido de las olas llegó a sus oídos. Reconoció el sonido celta de la gaita. Miró a su alrededor, pero no vio ni al músico ni al instrumento.
No le importó, era mágico igualmente.
Caminó por la vieja pasarela de descalza, y sintió el crujir de la madera húmeda bajo sus pies. El viento soplaba fuerte, pero no levantaba arena por la humedad del día.
Avanzando por las tablas de madera, no tardó mucho en divisar el mar, que bailaba suavemente al son de las olas, y ahí no lo pudo resistir más. Corrió sobre la arena, con todo el viento que le azotaba en la cara hasta que llegó a la orilla y dejó que el mar bañara hasta un poco más arriba de sus fríos tobillos.
Sonrió. Hacía tanto que no lo hacía, que lo echaba de menos. Todo aquello.
Y lentamente, el sonido de la gaita se fue apagando hasta sumergirse en las profundidades del océano.

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